La pelea fue a la salida de la clase de música… ni recuerdo por qué discutían esos chicos de
sexto, pero en un segundo el pulgar de mi mano se desgarraba intentando detener
un puño que surcaba el espacio buscando un rostro. Pasada la sorpresa no me di
cuenta del daño, hasta que empezó a latir el pobre dedo y al rato perdió su
forma hasta parecer un extraño chorizo colorado. Los primeros días solo calmantes,
pero una ecografía mostró que los ligamentos peligraban y hubo que operar.
¿Casualidad o causalidad que esto sucediera a pocos días de haber comenzado mis
estudios universitarios de piano? Con la mano izquierda enyesada por meses, no
me quedó otra opción que buscar alguna actividad que aliviara mi frustración y
a la vez me hiciera sentir útil a pesar de no poder dar clases.
Entonces me hice cargo del negocio familiar, un
pequeño cyber de barrio que ofrecía servicios de internet y juegos online,
variando la clientela entre jóvenes y niños durante el día y adultos por la
noche. Me consolaba pensando que solo cambiaba de teclas e imaginaba que las
letras seguían siendo notas…A para el LA, B para el SI…el espacio era silencio
y los signos claves y corcheas. El clic del mouse ayudaba con el tempo y
también ahuyentaba los fantasmas de no volver al piano.
Así descubrí el mundo de la tecnología que tan
atrapados tenía a los miembros de mi familia. Mi esposo, técnico de PC, vivía entre
cables, discos rígidos y placas que no sonaban. Mi hijo mayor lo seguía y
parecían comunicarse en un lenguaje que yo no comprendía. Con un poco de celos no
paré de insistirles hasta que me enseñaron lo necesario para que yo pudiera sumarme.
Llegaron las vacaciones y los chicos del barrio, muchos
alumnos míos que se mostraban felices de encontrarme nuevamente. Las madres, confiadas
con saber que iban al “cyber de la seño”, los dejaban estar, y sin darnos
cuenta empezamos a compartir juegos, trucos, apodos y estrategias para pasar
las tardes conectados. Organizábamos torneos, descargábamos programas,
compartíamos videos y sin querer queriendo terminábamos ayudando a Darío porque
le costaban las fracciones, a Jere porque se llevó Lengua, a María porque le
habían regalado un telescopio. Hoy lo pienso y me emociona, porque fue un
verano diferente, porque aprendían ellos y aprendía yo… porque aprendíamos
jugando y haciendo, porque las máquinas estaban llenas de información y los
chicos construían conocimiento: “Seño, ¿viste este programa que encontré para
armar videos?” “¡Salen olysmatemáticas!” “Seño ¿viste que hay instrumentos de música
en la web? ¿vos sabes tocarlos? Y así transcurrió el verano donde aprendí de tecnologías
más que en cualquier curso.
Pasaron los años, los alumnos, las canciones, las
teclas… pero nunca olvidaré aquel primer día de clases al regresar cuando los
chicos entraron al patio y fueron en busca de la seño “LadyEva”, la que seguía
jugando con ellos en internet y con la que querían cantar de nuevo.
Así descubrí el mundo de la tecnología que "tan atrapados" tenía a los miembros de mi familia :)
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